Los lanzallamas es la tercera novela de Roberto Arlt publicada en 1931. Es la continuación de “Los siete locos” y el final de la historia.
En esta segunda parte el autor incluye varias “notas de autor” y en una de ellas expresa la dificultad de ser un escritor y vivir de ello:
“Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo”.
Por otro lado, se defiende de las críticas hechas hacia su escritura y los temas que trata, dejando en evidencia a “los intelectuales”. Decide, de esta manera, no enviar la obra a ningún crítico literario, anticipándose a lo que puedan decir:
“Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Creamos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.”
Y finaliza con el aviso de su próxima novela, que será El amor brujo (publicado en 1932)
Luego de esto la novela da comienzo. Los personajes siguen siendo los mismos: el farmacéutico con su religión, Erdosain y la profunda angustia que lo embarga, Hipólita con la conspiración, el Astrólogo con la idea de la “Academia Revolucionaria” y, por otro lado, la familia Espila con un proyecto novedoso.
Más allá de eso, hay otros aspectos destacables en el relato: la representación de lo urbano; el hombre en la multitud; las masas; el consumismo; espacios construidos con descripciones, contrastes y agresividad, entre otros. Y en consecuencia -la cara oculta de esa modernización- el aislamiento. Las mismas masas construyen esos contrastes, esa diferenciación, esos “otros” (que están representados a través de los personajes).
Arlt intensifica el desorden y la problemática social (la sociedad consumista contemporánea), pero -a su vez- también la problemática de cada personaje, de forma individual (los problemas existenciales, la angustia, la rabia, el dolor y la desidia); logrando un relato atrapante.
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